Estados Unidos se salvó de colapsar en una ruinosa anarquía cuando en las últimas horas del 19 de julio su presidente respaldó un programa del Senado para reducir el déficit. Al parecer, los legisladores están a pocas semanas de alcanzar una mejoría de US$4 billones (millones de millones) en las finanzas públicas y reformas a los programas sociales y el código tributario.
Para los inversionistas en oro, fue un revés menor. El precio de su metal precioso se ha multiplicado por seis en una década y el 19 de julio llegó a US$1.606 por onza. Al día siguiente, perdió US$20 antes de recuperarse. Más problemas podrían estar por llegar. Fuentes al tanto dicen que aún falta que corra mucha sangre.
El oro, en ausencia de temores neuróticos, es una inversión paupérrima. En 2001, la última vez que EE.UU. registró un superávit, el metal se vendía por apenas US$300 la onza, ajustado a la inflación, luego de un declive de dos décadas. Desde entonces, los ataques terroristas de ese año, las guerras, el estallido de las burbujas bursátil e inmobiliaria, el derroche y las reyertas lo han hecho subir todavía más. Los fondos que cotizan en bolsa han ayudado. Una inversión en oro solía requerir un poco de investigación respecto a dónde comprarlo y dónde guardarlo. Ahora, cualquiera que se asuste por una conspiración entre (George) Soros, (Barack) Obama y Marx (Karl) simplemente puede llamar a su corredor de bolsa.
Por supuesto, el alza del precio del oro sirve para justificar la angustia de la gente, y como una razón para comprar más oro. Y los asesores que lo promocionan encuentran una audiencia dispuesta.
Pero considere, por un momento, algunas cosas que podrían salir mal.
En primer lugar, la inflación podría no dispararse. Los excesos del gobierno, de los cuales ha habido muchos, se supone que llevan a la emisión de dinero y a un alza de los precios. Sin embargo, los precios al consumidor cayeron en junio. Están 3,6% más altos que el año pasado, pero solamente porque los de la energía treparon 20% y esos comenzaron a caer.
En segundo lugar, el oro podría resultar ser un pésimo refugio contra la inflación. Después de todo, la inflación resulta en un incremento en el precio de los productos comunes por lo que una manera común de combatirla es tener esos bienes comunes. El oro no tiene el mismo valor práctico que el petróleo, el maíz, el cobre o el acero. Su conexión histórica con la riqueza viene solamente de un puñado de características químicas que lo hicieron ideal para la tarea de hacer monedas a mano mucho antes de la era de los bancos centrales y las casas de moneda. Ningún país usa al oro como dinero o tiene planes de hacerlo.
Para los inversionistas en oro, fue un revés menor. El precio de su metal precioso se ha multiplicado por seis en una década y el 19 de julio llegó a US$1.606 por onza. Al día siguiente, perdió US$20 antes de recuperarse. Más problemas podrían estar por llegar. Fuentes al tanto dicen que aún falta que corra mucha sangre.
El oro, en ausencia de temores neuróticos, es una inversión paupérrima. En 2001, la última vez que EE.UU. registró un superávit, el metal se vendía por apenas US$300 la onza, ajustado a la inflación, luego de un declive de dos décadas. Desde entonces, los ataques terroristas de ese año, las guerras, el estallido de las burbujas bursátil e inmobiliaria, el derroche y las reyertas lo han hecho subir todavía más. Los fondos que cotizan en bolsa han ayudado. Una inversión en oro solía requerir un poco de investigación respecto a dónde comprarlo y dónde guardarlo. Ahora, cualquiera que se asuste por una conspiración entre (George) Soros, (Barack) Obama y Marx (Karl) simplemente puede llamar a su corredor de bolsa.
Por supuesto, el alza del precio del oro sirve para justificar la angustia de la gente, y como una razón para comprar más oro. Y los asesores que lo promocionan encuentran una audiencia dispuesta.
Pero considere, por un momento, algunas cosas que podrían salir mal.
En primer lugar, la inflación podría no dispararse. Los excesos del gobierno, de los cuales ha habido muchos, se supone que llevan a la emisión de dinero y a un alza de los precios. Sin embargo, los precios al consumidor cayeron en junio. Están 3,6% más altos que el año pasado, pero solamente porque los de la energía treparon 20% y esos comenzaron a caer.
En segundo lugar, el oro podría resultar ser un pésimo refugio contra la inflación. Después de todo, la inflación resulta en un incremento en el precio de los productos comunes por lo que una manera común de combatirla es tener esos bienes comunes. El oro no tiene el mismo valor práctico que el petróleo, el maíz, el cobre o el acero. Su conexión histórica con la riqueza viene solamente de un puñado de características químicas que lo hicieron ideal para la tarea de hacer monedas a mano mucho antes de la era de los bancos centrales y las casas de moneda. Ningún país usa al oro como dinero o tiene planes de hacerlo.
Tercero, EE.UU. podría no hundirse. La deuda no llegará a niveles récord como porcentaje de la economía hasta 2025 en un escenario pesimista y el país gasta mucho más que sus pares ricos en categorías como salud pública y defensa, lo que sugiere que puede ahorrar mucho sin sacrificar demasiado una vez que Washington empiece a sentir los efectos, como podría pasar ahora.
Además, las guerras podrían apaciguarse, la economía podría seguir débil pero estable, el presidente podría resultar ser una persona decente más que un saboteador y las rabietas del Tea Party podrían resultar en serios recortes de gastos. El oro podría incluso perder algunos fans. En otras palabras, podría resultar que EE.UU. está bien, y eso no sería muy bueno para el oro. Muchos de quienes poseen el metal no solamente están cuerdos sino que son conocedores, pero temo que su buena racha fue amplificada.
No hay una manera matemática de demostrar que el oro está caro. Las compañías tienen flujos de caja, los bienes raíces generan renta y las máquinas tienen una utilidad, pero el oro sólo tiene su brillo. No obstante, hay un par de señales inquietantes. En primer lugar, esos fondos que cotizan en bolsa han acumulado tanto del metal como puede extraerse en un año, lo que deja un gran suministro disponible para su venta rápida. En segundo lugar, los precios de las acciones de las empresas que extraen oro han estado notoriamente por detrás que los del metal. Las mineras se han vuelto menos atractivas para los fanáticos del oro, argumentó The Economist en junio, porque están asegurando precios, reduciendo el gasto en producción y diversificándose a otros metales. Cuando las mineras de oro se muestran cautelosas con respecto al metal, eso es probablemente un signo negativo.
A propósito, pienso que el oro podría fácilmente llegar a US$2.400 antes de hundirse. Su máximo ajustado por inflación de comienzos de los años 80 superó los US$1.800. Entonces, si US$1.600 equivale a una burbuja, es una a medias. Me gusta que mis máximos de burbujas sean realmente absurdos y US$2.400 me parece bien. Pero a diferencia de otros con pronósticos similares, admito abiertamente que el mío no tiene base. Y no le recomendaría a nadie que apueste sus ahorros a él.
Fuente: Wall Street Journal
www.tutores-fx.com
Además, las guerras podrían apaciguarse, la economía podría seguir débil pero estable, el presidente podría resultar ser una persona decente más que un saboteador y las rabietas del Tea Party podrían resultar en serios recortes de gastos. El oro podría incluso perder algunos fans. En otras palabras, podría resultar que EE.UU. está bien, y eso no sería muy bueno para el oro. Muchos de quienes poseen el metal no solamente están cuerdos sino que son conocedores, pero temo que su buena racha fue amplificada.
No hay una manera matemática de demostrar que el oro está caro. Las compañías tienen flujos de caja, los bienes raíces generan renta y las máquinas tienen una utilidad, pero el oro sólo tiene su brillo. No obstante, hay un par de señales inquietantes. En primer lugar, esos fondos que cotizan en bolsa han acumulado tanto del metal como puede extraerse en un año, lo que deja un gran suministro disponible para su venta rápida. En segundo lugar, los precios de las acciones de las empresas que extraen oro han estado notoriamente por detrás que los del metal. Las mineras se han vuelto menos atractivas para los fanáticos del oro, argumentó The Economist en junio, porque están asegurando precios, reduciendo el gasto en producción y diversificándose a otros metales. Cuando las mineras de oro se muestran cautelosas con respecto al metal, eso es probablemente un signo negativo.
A propósito, pienso que el oro podría fácilmente llegar a US$2.400 antes de hundirse. Su máximo ajustado por inflación de comienzos de los años 80 superó los US$1.800. Entonces, si US$1.600 equivale a una burbuja, es una a medias. Me gusta que mis máximos de burbujas sean realmente absurdos y US$2.400 me parece bien. Pero a diferencia de otros con pronósticos similares, admito abiertamente que el mío no tiene base. Y no le recomendaría a nadie que apueste sus ahorros a él.
Fuente: Wall Street Journal
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